7ª Excursión Joréate por Aragón a la Ribera Baja

Con el arranque del otoño llegaba la séptima Excursión de Joréate por Aragón. A pesar de la amenaza de lluvia, que al final no se cumplió, de nuevo pudieron disfrutar de una jornada en buena compañía, y en esta ocasión más cerca de la capital del Ebro. Eso es precisamente lo que sorprendió a los seguidores del dragón Chorche, que tan cerca de Zaragoza pudiera haber lugares con cosas tan interesantes que ver.
La quedada tuvo lugar en el ayuntamiento de Quinto, que no Quinto de Ebro. Históricamente el nombre oficial no ha contado con apellido, pero tras la guerra civil se comenzó a utilizar el nombre de Quinto de Ebro. Hace más de una década volvió a su nombre original debido a los problemas con el nuevo nombre y con el escudo, siendo aprobado por la corporación municipal. Tras la aclaración, poco a poco llegaron la veintena de asistentes a la excursión. Un café en el bar de la plaza esperando los rezagados, y con todos ya junticos tenían preparada una degustación de coca* de cabello de ángel y de nueces, miel y canela.
*Coca: Torta.

Comenzó el paseo por las calles del pueblo, adentrándose en el casco antiguo por el portal de San Antón, uno de los tres con los que conserva la localidad. Enseguida se llegó a la plaza Vieja, desde donde se apreciaba la Casa Rectoral, palacio renacentista aragonés en obras, y el portal de San Roque. Esta plaza fue el epicentro de la vida de los vecinos de Quinto, donde estaba el ayuntamiento y la iglesia parroquial. El paso de la guerra civil lo cambió todo. La casa consistorial desapareció y a la iglesia le cambiaron la fachada y la torre más tarde.

Continuaron el paseo por la calle Mayor, por que la antiguamente pasaba todo el tránsito entre Zaragoza y Alcañiz. Ahora paseaban plácidamente en grupo, con los chiquillos garimboliando*. Alcanzaron el portal de San Miguel. Otro bello portal en perfecto estado, ofreciendo al visitante un patrimonio cuidado con esmero y en el que no faltaba la placa informativa. Tomaron la calle Morería, haciendo referencia a la población morisca de la población, y alcanzaron el Piquete. Este monte es conocido así por los vecinos por tener forma de pequeño pico, en cuya parte más alta está la iglesia de la Asunción.
*Garimboliar: Corretear.

La iglesia muestra su mejor aspecto tras la restauración. Un edificio de ladrillo con su magnífica torre de ladrillo de preciosa decoración y la galería de arquillos de tradición aragonesa coronando la parte alta de la iglesia. Dentro les estaban esperando para comenzar con la visita guiada. Comenzó con un pequeño vídeo de introducción sobre la historia reciente de la creación del museo de momias. Y acto seguido el relato por una de las guías. Una hora y media de visita que no defraudó a nadie y eso que había mucha expectación previa por conocer las momias de Quinto. Las explicaciones comenzaron con la historia del pueblo. Después llegó el relato de la construcción del edificio y del por qué de su estado interior. La conservación de sus muros en muy mal estado, sin mobiliario religioso, eran la mejor manera de comprender el paso de la guerra civil por la iglesia y por el pueblo.

Y entonces llegó el momento de ver de cerca al primer cuerpo momificado. Su conservación sorprendió a todos y enseguida surgieron las dudas de cómo habían llegado así hasta nuestros días después de permanecer en un ataúd unos doscientos años. Los factores: fallecimiento por enfermedad de alta deshidratación, falta casi absoluta de humedad y conservación de temperatura constante. Tres causas que se dieron sólo en una treintena de cadáveres de los más de mil enterramientos documentados en el interior de esta iglesia. Una característica única en toda España y que lo convierte en el primer museo de momias y que cuenta con el mejor conjunto, con 15 cuerpos momificados de manera natural.

El resto de la visita fue dedicada a cada una de las momias, contando toda la información sobre los restos, la vida de los fallecidos, el ropaje que llevaban, así como de las características de los enterramientos. Mientras tanto se podían ver a escasos centímetros todos los detalles, depositadas en unas vitrinas de cristal para preservar los restos.

El trabajo de investigación había sido tan intenso que todo lo contado era capaz de saciar la curiosidad de los visitantes, que aún así tuvieron numerosas preguntas que hacer. Todos al final salieron muy satisfechos con la visita, en la que aprendieron mucho. Y otro aspecto a valorar era el respeto con el que contaba la historia de los fallecidos, muchos de ellos vecinos del pueblo, preservando su identidad.

Tras la visita todos ya habían hecho apetito, con lo que descendieron por las calles del pueblo en dirección a los coches. El siguiente destino era Fuentes de Ebro. El lugar elegido para comer era el parque de Santa Bárbara, que toma el nombre de la ermita allí situada, junto al colegio público. Desplegando toda la logística montaron un merendero provisional donde poder depositar las viandas que habían traído y que fueron compartiendo entre todos. Productos de huerta se mezclaron alegremente con otros manufacturados haciendo las delicias de los comensales. En el postre no faltaron los clásicos como las palmeritas de Massiel, que al final no pudo venir, hojaldre de cabello de ángel y de mermelada de melocotón de Marta, o el bizcocho de Bea, entre otros.

Y mejor postre para los más pequeños fueron los juegos infantiles situados en el parque. Ellos no se preocupaban de su digestión, y sus padres tampoco y decidieron dejarlos jugar bien tranquilos.


La tarde estaba fresca y apetecía un café bien calentito, un batido e incluso algún carajillo. Así que dieron un paseo por las calles del pueblo hasta llegar a la calle Mayor. Mientras la mayor parte de los vecinos todavía estaban comiendo ellos tomaron el bar Baden Baden como un tornado. Allí nos atendieron de maravilla. Mientras los niños jugaban a las cartas, los mayores templaban el cuerpo al ritmo de una animada conversación. Hasta la camarera pudo saborear los postres que habían elaborado.

De camino a los coches no faltó una visita a los edificios más importantes de la población: la iglesia de San Miguel, con su preciosa torre, y la plaza de Constitución cubierta con sus modernos toldos y su Casa de la Villa presidiéndola.
Ahora había que tomar de nuevo los vehículos para acercarse hasta la pequeña localidad de Rodén, situada a escasos kilómetros. Tras atravesar el puente del AVE, era necesario pasar por el pueblo nuevo. Una pista asfaltada remontaba la ladera hasta llegar a un lugar improvisado de aparcamiento. Un pequeño sendero les llevó hasta los restos de Rodén el Viejo. El dragón Chorche se encargó entonces de hacer de guía, contando la historia del pueblo, que albergaba unos doscientos habitantes justo antes de la guerra civil. En siete días el pueblo quedó arrasado, afortunadamente sin víctimas entre los vecinos ante su huída. A la vuelta la vida fue muy difícil, y los pocos que se quedaron se trasladaron al pueblo nuevo en la parte baja.

Visitaron las ruinas de la iglesia, que conservaba los muros recientemente afianzados para evitar su caída. También la torre, único elemento completamente restaurado. Y detrás estaba el castillo, apuntalado para evitar su ruina. Alrededor las ruinas de las casas que se apiñaban en las escarpadas laderas de monte elevado. Una de las peculiaridades del núcleo era su construcción a base de piedra de alabastro, irregular en el caso de las viviendas, unidas con argamasa y lucidas con yeso. Mientras la torre lucía sus piedras ligeramente talladas, con aspecto recio y sencillo a la vez.

La visita al lugar se completó con la explicación de la importancia del alabastro para esta zona. Su extracción a día de hoy convierte a Aragón como el primer productor mundial de este mineral muy característico de nuestra tierra. Un mineral usado desde la época de los griegos. Un material muy utilizado a lo largo de los siglos como así lo demuestran las murallas de Zaragoza, la fachada de Palacio de la Aljafería o los retablos de la Seo y el Pilar entre otros muchos otros. Hoy en día sigue siendo muy utilizado tanto en la construcción, así como elemento decorativo.

Un buen punto y final para una excursión más de Joréate por Aragón. Una escusa para pasar un buen día de excursión conociendo rincones de nuestra tierra en buena compañía.

Conoce más sobre esta zona de la mano del dragón Chorche

Meandros del Ebro, el tramo más sinuoso del río

Rodén, un pueblo de alabastro en ruinas

Rodén es una modesta población situada a los pies de un pequeño río, el Ginel. El fértil valle une los términos de Mediana de Aragón y Fuentes de Ebro, con Rodén en el punto intermedio. En la actualidad es una pedanía que depende del ayuntamiento de Fuentes de Ebro, donde viven una veintena de vecinos, cuya historia cambió de manera drástica con el paso de la guerra civil española.

Durante siglos Rodén formó parte de un señorío del Arzobispo de Zaragoza junto a otras catorce localidades dispersas por las provincias de Zaragoza y Teruel. A mediados del siglo XIX, según el diccionario de Madoz, albergaba 83 casas. Contaba con ayuntamiento propio, además de escuela, comercios y molinos de harina y aceite. Su economía se basaba en el cultivo de trigo, cebada, avena, viñas, olivos y trunfas*.

*Trunfa: Patata

Con el avance republicano en la contienda, sus doscientos habitantes abandonaron por completo la población por su propia seguridad. No volvieron todos, pero los que lo hicieron se encontraron con su pueblo en un estado desolador, tan sólo siete meses después de su partida. Apenas unas pocas casas en pie y el resto en una situación lamentable. Dicen que aprovecharon todos los materiales que pudieron para las cruentas batallas libradas en los pueblos cercanos, entre ellas la de Belchite. Quizás también fuera bombardeado o masacrado por la artillería. Lo cierto es que el pueblo estaba en unas pésimas condiciones, sin luz eléctrica ni agua. Allí se alojaron como pudieron los antiguos vecinos. En la década de los cuarenta el Servicio Nacional de Regiones Devastadas y Reparaciones descartó la reconstrucción del pueblo debido a su estado y agreste ubicación. Eligieron el espacio situado a los pies de la elevación y allí construyeron diez viviendas, aunque algunos vecinos tuvieron que levantarlas por sus propios medios debido al retraso de las obras. Además se construyó una nueva iglesia, la casa del maestro y la escuela.

A lo largo de los años Rodén el Viejo, como así se denomina al antiguo casco urbano, se ha ido degradando poco a poco. En la actualidad apenas quedan los muros de la iglesia parroquial, el castillo y algunas fachadas de viviendas. A finales de 2012 se constituyó la Asociación Torre Rodén. A lo largo de estos años se ha realizado un gran trabajo por sus integrantes para poner en valor la historia del pueblo y evitar que el paso del tiempo elimine más huellas de lo que fue esta localidad. En estos años se han organizado cursos, jornadas de patrimonio, carreras populares e intervenciones de señalización. Uno de los primeros logros fue la esbielladura* de la torre de la iglesia, con el apoyo de APUDEPA (Acción Pública para la Defensa del Patrimonio Aragonés). La intervención fue sufragada por la Diputación Provincial de Zaragoza, con un coste de 30.000 euros. Se restauraron parte de las fachadas y la cubierta, obras que fueron inauguradas en septiembre de 2014.

*Esbiellar: Restaurar, renovar.

El siguiente paso firme para la dignificación de Rodén el Viejo fue la aprobación de la declaración de Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de conjunto histórico, en abril de 2017. Junto con lo núcleos de Belchite (Zaragoza) y Corbera de Ebro (Tarragona) son los únicos municipios españoles donde se conserva al huella de la guerra civil. Sin embargo Rodén era el único de los tres que no contaba con la máxima protección del patrimonio concedida en España. Esta declaración obliga al ayuntamiento de Fuentes de Ebro a aprobar un Plan Especial de Protección para el núcleo viejo del pueblo. La idea no es su reconstrucción, sino la intervención para la consolidación de los restos, los cuales están en peligro. Precisamente a finales de 2016 se produjo el último derrumbe de parte del castillo árabe.

En la primavera de 2019 se han llevado a cabo las obras de consolidación de los dos edificios históricos, la iglesia parroquial y el castillo. El ayuntamiento de Fuentes de Ebro ha ejecutado la actuación gracias a una subvención de la Diputación de Zaragoza de unos 100.000 euros. El objetivo ha sido consolidar las ruinas para evitar cualquier riesgo al visitante. En cuanto a la iglesia se ha procedido a limpiar su interior y colocar un cincho perimetral y unos tirantes para garantizar la estabilidad de los muros. En cuanto al castillo se ha inyectado cemento en muros y bóvedas para su consolidación, así como el desescombro del patio de armas, el espacio circundante al edificio.

Desde lejos la vista del casco urbano impresiona, coronado por la torre de la iglesia y las ruinas de las viviendas sobre el cerro. Acceder al núcleo es sencillo gracias a la pista asfaltada que conduce el cementerio, como continuación de la única calle de Rodén. Al atravesar las lomas desprovistas de vegetación se pone en antecedente de cómo se construyeron sus edificaciones. El material básico fue el alabastro, utilizado para levantar los muros y unido por argamasa y lucido por yeso.

Un pueblo erigido de este material que aflora en el paisaje y que el paso del tiempo va devolviendo a su lugar de origen, mezclado con la tierra de donde se extrajo por sus habitantes hace siglos. Destaca además que las piedras apenas fueron esculpidas para su uso, y se utilizaron con su forma natural, rejuntándose con argamasa y enluciéndose para realizar el acabado. Ahora la ruina permite ver el interior de las construcciones desnudas. Un paseo por el pueblo permite apreciar que el alabastro forma parte de todos los muros, en los que apenas se utilizó el ladrillo.

En las casas el único color que rompe con el blanco y el gris es el azulete, un color típicamente aragonés usado en el pintado de las fachadas de las viviendas.

En la parte más elevada se alza la iglesia de San Martín. Su construcción pudiera remontarse al siglo XVI, aunque su estado actual y la falta de documentación impiden fecharla con seguridad. Conserva los altos muros de su única nave que se cierra con ábside poligonal. Carece de cubierta, pero se intuye que la bóveda original fuera de crucería estrellada a juzgar por las ménsulas decoradas en yeso que aún conservan, y de las cuales partían los nervios. Posteriormente fue sustituida por una bóveda de medio cañón. Todavía se conservan los restos de altares de factura posterior a la obra inicial. A los pies se alza el coro en alto como así lo atestigua el arranque de la columna que lo sostenía.

En cuanto a la torre, es el elemento mejor conservado tras su reciente restauración. Es de planta cuadrada y carece de elementos decorativos. Su rudeza se muestra a través de los sillares de alabastro ligeramente tallados que conforman su estructura que se cubre con tejado a cuatro aguas.

La portada fue realizada en ladrillo. Un arco apuntado engloba el acceso compuesto por un arco rebajado y los restos de una hornacina. Tanto la portada como los arcos apuntados de ladrillo de la nave son las escasas excepciones al alabastro como elemento constructivo básico de la iglesia parroquial.

A escasos metros se alzan los restos del antiguo castillo de origen musulmán, y que también cuenta con alabastro como elemento principal en su construcción. De su estructura en ruinas es difícil imaginar cómo era. Se conserva una estancia cubierta por bóveda de medio cañón, reforzada con un arco de ladrillo, abierta por los dos extremos.

Todavía estamos a tiempo de poder romper con el triste devenir de Rodén. Un pueblo mimetizado con el medio que lo rodea, ya que fue erigido con el alabastro del cual se compone la tierra en la que se asienta. En nuestra mano, en la de las administraciones y en la de los voluntarios, está que podamos invertir este proceso de degradación y empezar con los trabajos de dignificación y recuperación histórica. Las obras de consolidación de los dos edificios principales ya se han realizado, pero deben realizarse más intervenciones para devolver algo de esplendor a los restos del conjunto urbano. También se deberían realizar actuaciones de señalización así como otras de carácter divulgativo. El objetivo es mantener las ruinas de un pueblo salpicado por la guerra civil, en la que afortunadamente no hubo víctimas, pero sí muchas vidas truncadas. Una contienda que arrebató a la fuerza los orígenes de muchos de los habitantes del antiguo Rodén.

El campo de concentración de San Juan de Mozarrifar

Hace poco decidí dar un paseo por San Juan de Mozarrifar, en busca de los restos de un episodio negro en su historia. Este barrio zaragozano está situado a unos ocho kilómetros de Zaragoza. Surgió tras la reconquista como un asentamiento de la Orden de San Juan de Jerusalén. En su primera mención documental que data del año 1204 aparece nombrado como Mecarrifal, de clara procedencia árabe. Estas tierras fueron habitadas por musulmanes, los cuales dejaron como herencia los sistemas de regadíos todavía hoy en funcionamiento. En el primer documento ya se hablaba de una iglesia, con viviendas diseminadas en el campo conocidas como torres. A partir de los años cincuenta el barrio sufre un cambio urbanístico notable. La construcción de la nueva iglesia en el año 1955 sirve de polo de atracción para la ampliación del casco urbano. En la actualidad aglutina a unas dos mil quinientas personas debido al boom residencial de las últimas décadas.

Su economía se ha basado desde siempre en la agricultura, gracias a la fertilidad y facilidad de riego de sus tierras. Pero también la industria ha sido determinante en su historia. Contó la localidad con cuatro tejerías, siendo la de Almorín y Gabás la más importante y manteniendo su actividad hasta los años 70. Junto a ella estuvo la papelera de Las Navas, que cerró en los años 20. Este sector industrial, muy próximo al casco urbano, se reactivó en los años sesenta con la construcción del polígono industrial de Las Navas, instalándose unas cuarenta pequeñas empresas alojadas en naves.

iglesia_sanjuanmozarrifar

Su epicentro es la plaza España, donde se concentran buena parte de los servicios y comercios de este barrio zaragozano. Avanzando por la calle del Comercio, antes de abandonar la localidad, a la derecha se accede al polígono de las Navas. Varias calles con naves industriales ubicadas de una manera desordenada y con un aspecto en clara decadencia van apegando* un ambiente mucho más oscuro. Mi objetivo era conocer lo que quedaba del antiguo campo de concentración que aquí hubo.

*Apegar: Contagiar.poligonoindustrialnavas

Su historia se remonta al desmantelamiento de la papelera de las Navas, cuyas instalaciones fueron acondicionadas como cuartel para un batallón de tropas italianas.  Con la toma del norte de España por las tropas franquistas, hubo un aumento de presos de guerra que no podía asumir el campo de concentración emplazado en el Acuartelamiento de San Gregorio. En enero de 1938 se decide crear este nuevo campo de concentración. Aquí llegaron presos republicanos procedentes de la batalla de Teruel, batalla del Ebro y conquista de Cataluña hacinados en vagones de bistiar* sin ventilación ni luz, que eran trasladados por la noche. En ese mismo año ya estaba preparado para albergar 3.000 presos, pero seguro que hubo muchos más debido a las intensas campañas militares en toda la península. Las mudas paredes de estos edificios seguro que pueden contar innumerables historias y vivencias de unos presos producto de la represión durante la Guerra Civil. Su único delito fue pertenecer al bando opuesto al dictador Francisco Franco. Estas instalaciones estuvieron en activo desde 1938 hasta finales de 1943, pasando por aquí miles de personas que vivieron en penosas condiciones. Después se mantuvo un acuartelamiento, y más tarde todo quedó en el olvido. Sin embargo todas las personas que estuvieron aquí no olvidaron nunca su estancia en este lugar.

*Bistiar: Ganado.

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Se trata de un edificio fácil de localizar, de cuatro plantas, en la calle de la Torre del Rosario. Después de haber leído el libro «El campo de concentración de San Juan de Mozarrifar» del autor Ramón F. Ortiz, y de imaginar lo que se vivió en este espacio la sensación no es nada agradable. Me encontraba dentro del antiguo recinto, el cual estuvo delimitado por un tapia de ladrillo y alambradas. De los nueve edificios aproximadamente con los que contó, todavía se conservan dos de ellos alineados en la calle. El edificio principal cuenta con cuatro plantas, y amplios ventanales en los pisos centrales. En la planta baja estaba la enfermería y en la más alta las celdas. El resto de las instalaciones contaba con amplias salas donde se agolpaban los reclusos, que dormían en el suelo. Alineado en la misma calle se conserva otro de menor altura, que servía como vivienda a los capitanes. A pesar del paso del tiempo ambos edificios conservan su antigua fisonomía, aunque su interior fue reformado para uso industrial y como viviendas eliminando las huellas de su función carcelaria. Sin embargo su actual estado no hace sino recordar los tristes hechos que aquí se vivieron durante el siglo pasado.

fachada_papeleranavas