Hace poco decidí dar un paseo por San Juan de Mozarrifar, en busca de los restos de un episodio negro en su historia. Este barrio zaragozano está situado a unos ocho kilómetros de Zaragoza. Surgió tras la reconquista como un asentamiento de la Orden de San Juan de Jerusalén. En su primera mención documental que data del año 1204 aparece nombrado como Mecarrifal, de clara procedencia árabe. Estas tierras fueron habitadas por musulmanes, los cuales dejaron como herencia los sistemas de regadíos todavía hoy en funcionamiento. En el primer documento ya se hablaba de una iglesia, con viviendas diseminadas en el campo conocidas como torres. A partir de los años cincuenta el barrio sufre un cambio urbanístico notable. La construcción de la nueva iglesia en el año 1955 sirve de polo de atracción para la ampliación del casco urbano. En la actualidad aglutina a unas dos mil quinientas personas debido al boom residencial de las últimas décadas.
Su economía se ha basado desde siempre en la agricultura, gracias a la fertilidad y facilidad de riego de sus tierras. Pero también la industria ha sido determinante en su historia. Contó la localidad con cuatro tejerías, siendo la de Almorín y Gabás la más importante y manteniendo su actividad hasta los años 70. Junto a ella estuvo la papelera de Las Navas, que cerró en los años 20. Este sector industrial, muy próximo al casco urbano, se reactivó en los años sesenta con la construcción del polígono industrial de Las Navas, instalándose unas cuarenta pequeñas empresas alojadas en naves.
Su epicentro es la plaza España, donde se concentran buena parte de los servicios y comercios de este barrio zaragozano. Avanzando por la calle del Comercio, antes de abandonar la localidad, a la derecha se accede al polígono de las Navas. Varias calles con naves industriales ubicadas de una manera desordenada y con un aspecto en clara decadencia van apegando* un ambiente mucho más oscuro. Mi objetivo era conocer lo que quedaba del antiguo campo de concentración que aquí hubo.
Su historia se remonta al desmantelamiento de la papelera de las Navas, cuyas instalaciones fueron acondicionadas como cuartel para un batallón de tropas italianas. Con la toma del norte de España por las tropas franquistas, hubo un aumento de presos de guerra que no podía asumir el campo de concentración emplazado en el Acuartelamiento de San Gregorio. En enero de 1938 se decide crear este nuevo campo de concentración. Aquí llegaron presos republicanos procedentes de la batalla de Teruel, batalla del Ebro y conquista de Cataluña hacinados en vagones de bistiar* sin ventilación ni luz, que eran trasladados por la noche. En ese mismo año ya estaba preparado para albergar 3.000 presos, pero seguro que hubo muchos más debido a las intensas campañas militares en toda la península. Las mudas paredes de estos edificios seguro que pueden contar innumerables historias y vivencias de unos presos producto de la represión durante la Guerra Civil. Su único delito fue pertenecer al bando opuesto al dictador Francisco Franco. Estas instalaciones estuvieron en activo desde 1938 hasta finales de 1943, pasando por aquí miles de personas que vivieron en penosas condiciones. Después se mantuvo un acuartelamiento, y más tarde todo quedó en el olvido. Sin embargo todas las personas que estuvieron aquí no olvidaron nunca su estancia en este lugar.
*Bistiar: Ganado.
Se trata de un edificio fácil de localizar, de cuatro plantas, en la calle de la Torre del Rosario. Después de haber leído el libro «El campo de concentración de San Juan de Mozarrifar» del autor Ramón F. Ortiz, y de imaginar lo que se vivió en este espacio la sensación no es nada agradable. Me encontraba dentro del antiguo recinto, el cual estuvo delimitado por un tapia de ladrillo y alambradas. De los nueve edificios aproximadamente con los que contó, todavía se conservan dos de ellos alineados en la calle. El edificio principal cuenta con cuatro plantas, y amplios ventanales en los pisos centrales. En la planta baja estaba la enfermería y en la más alta las celdas. El resto de las instalaciones contaba con amplias salas donde se agolpaban los reclusos, que dormían en el suelo. Alineado en la misma calle se conserva otro de menor altura, que servía como vivienda a los capitanes. A pesar del paso del tiempo ambos edificios conservan su antigua fisonomía, aunque su interior fue reformado para uso industrial y como viviendas eliminando las huellas de su función carcelaria. Sin embargo su actual estado no hace sino recordar los tristes hechos que aquí se vivieron durante el siglo pasado.