Corona de los Muertos, un poblado de hace 5.000 años en el Pirineo

Con este curioso nombre se conoce un yacimiento situado en la val d´Echo, uno de los valles más occidentales del Pirineo Aragonés. En el paraje conocido como Selva de Oza se encuentran los restos de más de un centenar de círculos de piedras que según los estudiosos podrían corresponder a un poblado de gran tamaño, cuyos orígenes se remontan hace 5.000 años. Si así fuera podríamos constatar que en este lugar estuvo uno de los primeros asentamientos del Pirineo. A pesar de la importancia del hallazgo las investigaciones han sido insuficientes. Una asignatura pendiente para la administración que nos permitiría conocer más detalles y seguro que despejar muchas dudas respecto a este enigmático rincón de Aragón.

El megalitismo tiene su origen etimológico en la unión de dos palabras griegas que significan literalmente cantal*. Este término define un fenómeno cultural localizado en el Mediterráneo occidental y la Europa atlántica. Se trata de un proceso constructivo llevado a cabo por el hombre primitivo que se inició a finales del Neolítico y se dilató hasta la Edad del Bronce, es decir desde el siglo V a.C hasta el siglo II a.C. En este periodo se construyeron innumerables construcciones, a base de grandes bloques de piedra prácticamente sin labrar, pero también con piedras de menor tamaño. Los focos más importantes se encuentran en Bretaña, sur de Inglaterra e Irlanda, así como el sur de España y Portugal. Se trata de monumentos funerarios, tumbas monumentales, cuyo tipo más extendido y mejor conservado es el dolmen. En su interior se enterraban sucesivamente a los fallecidos de un grupo humano, apartándose cuidadosamente los huesos de los anteriores difuntos. Los dólmenes pueden ser simples o formados por una galería. En la actualidad sólo se conservan los grandes bloques de piedra, pero la mayoría estuvieron cubiertos por un túmulo de tierra o piedras. Otro tipo de construcción megalítica, en este caso de carácter no funeraria es el menhir, monolito hincado en el suelo que puede aparecer aislado o formando alineaciones. Y finalmente los crómlechs, círculos de piedras más o menos grandes que rodeaban el túmulo de un dolmen.

*Cantal: Piedra grande.

Dentro de todo este fenómeno, en la val d´Echo, en concreto en la Selva de Oza y Guarrinza, se localiza la mayor concentración de monumentos megalíticos de los Pirineos. Se han encontrado unas 170 estructuras, que nos demuestran que hace unos 5.000 años este valle aragonés ya estaba poblado. La zona donde se concentran los restos es la cabecera del río Aragón Subordán, protegido de manera natural por montañas de más de dos mil metros de altitud. Una zona de difícil acceso también desde el sur ya que aguas abajo el río atraviesa la Boca del Infierno, un desfiladero de varios kilómetros de longitud. Hasta aquí llegaron los primeros hombres a cazar y en busca de pasto para sus rebaños. Este cubillar* natural fue también elegido para levantar construcciones funerarias caracterizadas por el uso de grandes piedras, destacando dólmenes y crómlechs, con los que alimentaban creencias sobrenaturales que necesitaban para sus ritos. Servían para enterrar a la gente, pero también tenían la función de marcas del territorio donde poco a poco se fueron asentando.

*Cubillar: Refugio.

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El Centro de Interpretación del Megalitismo Pirenaico y de la Val d’Hecho tiene como finalidad la puesta en valor del patrimonio megalítico de esta zona pirenaica. Se ubica  a ocho kilómetros de Echo, al inicio de la Boca del Infierno. Al pie de la carretera que conduce a la Selva de Oza, una antigua caseta forestal alberga las instalaciones. En su interior introduce en el apasionante mundo de los antiguos moradores del valle a través de una proyección, reproducciones y paneles interpretativos. Además el centro cuenta con una cafetería y restaurante en su parte baja. Entre sus propuestas ofrece al visitante la posibilidad de aproximarse a la gran riqueza de la arquitectura megalítica. Se organizan visitas guiadas por diferentes circuitos diseñados para conocer in situ los restos megalíticos de la zona, entre los que destacan dólmenes, crómlechs y el yacimiento de la Corona de los Muertos. Y todo ello con el complemento del magnífico paisaje que los envuelve, y que bien supieron elegir los primeros habitantes de la Val d´Echo.

centrointerpretacionmegalitismo

Pero sin duda uno de los lugares más importantes en el aspecto arqueológico es la Corona de los Muertos. Está ubicado en plena Selva de Oza, a unos diez minutos de la carretera. Frente a las instalaciones del antiguo camping, parte la pista de la Espata. Por ella se asciende unos minutos hasta encontrar un cartel a la izquierda, donde arranca un pequeño sendero que conduce al yacimiento. En medio del hayedo se pueden ver varios círculos de piedras con un panel informativo. Los estudios de los investigadores han constatado que en realidad de trata de una agrupación de 120 círculos de piedra, ahora casi ocultos por el denso bosque. Tras las investigaciones se sabe que comenzaron a construirse a finales del Neolítico (3.000 a.C). En la parte baja del yacimiento se concentran los ejemplares más recientes que son de finales de la primera Edad del Hierro (500 a.C). En principio se les atribuyó un carácter funerario. Sin embargo la ausencia de restos de cenizas, y las huellas de postes encontradas han obligado a los arqueólogos a seguir haciendo hipótesis. Parece ser que la explicación más razonable es que se trate de los restos de cabañas, cuya parte baja era de piedra y que se completaban con madera y pieles. Un poblado de gran tamaño que facilitara la estancia durante el verano, cuando se trasladaban a este valle a pastar con su ganado. Los círculos son de tamaño variable entre los 4 y los 10 metros. Las piedras utilizadas son de dos tipos. Por una parte las más redondeadas cuya procedencia es el cauce del río Aragón Subordán, y otras más irregulares que fueron extraídas de alguna cantera cercana. En el mismo yacimiento se han encontrado hasta cinco mil piezas de sílex: puntas de flecha, raspadores… que tienen 9.000 años de antigüedad, lo cual demuestra la presencia humana miles de años antes.

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