El catalán, un idioma mal utilizado

Estas vacaciones he estado en la playa, uno de los destinos de los que carecemos y que debemos de suplir saliendo de nuestra tierra. Y como suelo hacer todos los años he pasado unos días en l´Ametlla de Mar, un pueblo tarraconense que me gusta mucho. Un lugar de turismo familiar y local que permite disfrutar con tranquilidad de unos días de playa, muy diferente de los lugares de concentración turística donde hay que amaitinar* para colocar la toalla cerca del agua. Aquí no hay playas kilométricas plagadas de sombrillas, pero sí calas de gran belleza que no tienen nada que envidiar a calas de la Costa Brava ni de Menorca. Además el boom urbanístico no degradó esta zona de la costa con lo que sólo algunas de ellas tienen casas integradas en el paisaje y vegetación autóctona de costa. En cuanto al pueblo, de unos cinco mil habitantes, tiene el ambiente propio de una localidad pesquera, con su puerto de pequeñas y medianas embarcaciones. Sus habitantes reciben el nombre de caleros, debido que la población también se conoce como La Cala. Hace referencia a la antigua cala que ahora ocupa el puerto pesquero, origen del emplazamiento. Su historia es relativamente reciente ya que hasta el último cuarto del siglo XVIII no surgió un núcleo estable en torno a la cala, gracias a la repoblación llevada a cabo por el rey Carlos III con la llegada y establecimiento de un grupo de pescadores valencianos.

*Amaitinar: Madrugar.

l´ametlla_puerto

En esta ocasión me he traído un mal sabor de boca de mi estancia en este bello rincón de la costa. Uno de esos que se repiten a menudo en mis visitas a tierras catalanas. En este caso concreto fui a visitar el Centro de la Interpretación de la Pesca, situado en el puerto pesquero, donde había una pequeña exposición, «Terres del Ebre, de la neolitización a la romanización». Por lo que he averiguado después su contenido ofrecía información sobre este periodo de la historia de la población y su comarca, con paneles explicativos y con piezas como monedas, ánforas y material militar.

La exposición no la pude ver o más bien no quise verla a pesar de ser gratuita. Una vez comencé me di cuenta que todos los paneles estaban en catalán y sólo en catalán. Una práctica habitual en estas tierras. Hablé con la persona de recepción y le pregunté si había alguna posibilidad de verla en castellano, un simple folleto en blanco y negro con los textos, y zarrapita*. Amablemente le dije que entonces la exposición estaba limitada a los catalanohablantes y asintió, en efecto era para el visitante local. Sin embargo en una entrevista de La Cala TV al Técnico Cultural de la población, Dani Boquera, invita a visitar dicha exposición y en uno de sus comentarios dice que servirá para que los visitantes puedan conocer el pasado e historia del pueblo. Una invitación que queda limitada a los conocedores del catalán como queda evidente. La verdad es que me apetecía ver la exposición y pasar un buen rato de aquella tarde nublada que no permitía disfrutar de la playa, pero verla sin poder entender todo su contenido no era la mejor manera.

*Zarrapita: Nada de nada.

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De esta experiencia negativa se puede extraer una conclusión evidente. A los gerentes de turismo de la localidad no les preocupa en absoluto que la gente pueda ver o no esta exposición. ¿Éstas con las miras de la promoción turística de esta bella localidad? Sin duda alguna no lo son a juzgar por la web municipal, un portal que rebosa de magníficas fotos, vídeos promocionales y completísima información abierto a todos sus visitantes gracias a la posibilidad de navegar en varios idiomas. El turista que visita esta localidad es preferentemente catalán, pero también hay muchos aragoneses, españoles y extranjeros. Poblaciones como ésta cuyos ingresos turísticos son tan importantes deberían cuidar estos detalles y dejar de lado el orgullo de ser catalanes para tratar mejor a los turistas. El idioma es uno más de los valores de una cultura, pero no debería ser utilizado como una barrera entre pueblos. Los catalanes lo utilizan así, como una herramienta de autodeterminación que causa rechazo y hastío a muchos visitantes. Una sensación compartida por muchos aragoneses que visitan Cataluña. Con ello la imagen que dan es de gente poco acogedora, sensación muy diferente a la de otros lugares a los que he viajado.