10ª Excursión Joréate por Aragón a Loarre

10ª Excursión Joréate por Aragón a Loarre

Después de años recorriendo rincones de Aragón poco conocidos en esta ocasión el dragón Chorche nos invitaba a acercarnos a Loarre, en aragonés Lobarre. Pero pasando por alto la visita de su emblemática joya que todos deberían ya conocer. Muy cerca de su castillo sin embargo hay otro punto de interés emergente que había que conocer.

La quedada en esta ocasión fue en la carretera, a la altura de Plasencia del Monte. Un lugar para el reencuentro de los habituales de estas citas tomando un café con ilusión de pasar un día inolvidable de transición entre el caluroso verano y el ansiado otoño.

Pronto se tomó dirección a las estribaciones más occidentales de la sierra de Loarre. Pasando por Ayerbe fuimos hacia a Loarre. Finalmente se atravesó el pequeño núcleo de Sarsamarcuello desde el cual partía una pista en regular estado que se encamaba a los mil metros de altitud. Un paisaje cubierto por rodales de pinar y en la parte más alta por matorral. Junto a los restos de una ermita románica se estableció el aparcamiento y el segundo encuentro de los excursionistas. Y allí comenzamos a saborear las deliciosas palmeritas de Massiel que no pudo asistir en esta ocasión.

Comenzaba el disfrute de uno de esos lugares de Aragón no demasiado turísticos, pero singularmente bellos. De camino al castillo de Marcuello fue inevitable una pequeña parada para recolectar moras, que se disponían a los lados del camino invitando a una pequeña y deliciosa degustación.

En el espolón rocoso se alzan el conjunto del castillo de Marcuello y de la ermita de la Virgen de Marcuello. Un lugar con más de mil años de historia, ya que su construcción data del reinado del rey aragonés Sancho Ramírez, el segundo de la saga de la realeza aragonesa. La ubicación de esta fortaleza formaba parte de una importante línea defensiva en la cual también está Loarre, para la defensa de las montañas y el ataque a las tierras llanas de la Hoya de Huesca. Del castillo ahora sólo resta un imponente muro que forma uno los cuatro lados con que contaba. A sus pies fue inevitable plasmar con una fotografía el recuerdo de nuestro paso.

Y también se pudo apreciar desde un mirador cercano la magnífica ubicación de este emplazamiento con amplísimas vistas en dirección al sur. Los buitres nos hicieron compañía desde principio incluso alguno de ellos se atrevió a hacer un vuelo rasante ante la perplejidad de algunos. Sus más de dos metros y medio de envergadura con las alas abiertas daban respeto. Animales completamente inofensivos con un aspecto poco amigable, pero que habitan estas sierras en gran número con lo que son fáciles de avistar.

Todavía quedaban muchas sorpresas para esta jornada. Ya agrupados tomamos de nuevo la pista para dar pequeño paseo de dos kilómetros. El tiempo nos acompañaba mezclando de manera perfecta el calor del sol con alguna nube y una fresca brisa. En media hora alcanzamos el mirador de los Buitres. Uno de los miradores más emblemáticos de la geografía aragonesa por dos factores, el avistamiento de buitres y la panorámica de los mallos de Riglos. Precisamente el conocido naturalista Félix Rodríguez de la Fuente propuso la construcción del mirador en este emplazamiento. Debido a la afluencia de gente los buitres no hicieron acto de presencia. Sin embargo las vistas no defraudaron a nadie. Una perspectiva diferente de los mallos con el pueblo a sus pies. También se apreciaba el valle del río Gállego y un poco más allá Agüero y sus mallos no menos impresionantes. Tuvimos un buen rato para poder disfrutar de estas vistas inolvidables e inmortalizarlas en numerosos retratos.

Deshicimos el camino andado y cogimos los coches en dirección a otro punto de la Sierra de Loarre. Para ello nos encaminamos al castillo de Loarre. Dejando de lado su majestuosa estampa tomamos la pista forestal que conducía a la ermita de Santa María. Ocho kilómetros de suave ascenso entre frondosos pinares y alcanzamos el objetivo, lugar ideal para una comida campestre. Elegimos una pradera junto una fuente resguardada del aire que refrescaba el ambiente, a la sombra de un longevo pino. Allí instalamos nuestras mesas disfrutando de las viandas que cada uno había elegido para este día especial y que pudimos intercambiar como era tradicional.

Tras la sobremesa nos acercamos una ladera situada a escasos metros que ocultaba un tesoro que enseguida descubrimos. Este fue el lugar donde se descubrieron hace unos años los primeros huevos completos de dinosaurio de Aragón. Más de un centenar localizados y ya extraídos, pero todavía había muchos restos de cáscaras muy fáciles de encontrar. El entusiasmo por el hallazgo empezó a emocionar a los más pequeños, y después a todos los demás. Fue un rato mágico en el cual compartimos por un momento las sensaciones de los paleontólogos durante su trabajo.

Nos acercamos también a ver el refugio forestal, un buen lugar para resguardarse de las inclemencias del tiempo donde simulamos una reunión en torno a la mesa. También visitamos la modesta y rústica ermita de Santa Marina. Todo ello acompañado de unas magníficas vistas de la Hoya de Huesca. A los pies el casco urbano de Loarre y en el fondo la enorme mancha del embalse de la Sotonera.

Todavía restaba uno de los platos fuertes de la excursión. Bajamos al pueblo de Loarre. Tuvimos oportunidad de tomar café y helados en la panadería, único lugar abierto a esas horas un domingo. Una punto a mejorar en oferta turística de esta población.

Nos acercamos al Laboratorio Paleontólogico de Loarre, donde nos esperaba uno de sus paleontólogos para darnos una visita guiada. Un punto diferencial el que los propios expertos en la materia nos ofreciesen sus conocimientos. Precisamente por la mañana había estado trabajando en un yacimiento. Un modesto espacio museístico que contaba con lo suficiente para conocer todo en torno al descubrimiento de los huevos de dinosaurio de Loarre. Nos contó las características de los huevos, los animales que los utilizaron y los utilizan para su reproducción, así como la historia del descubrimiento. En la segunda parte de la visita otro de sus compañeros nos mostró los detalles del trabajo en su laboratorio. Otra de las singularidades de esta visita. Poder ver los utensilios y los métodos de trabajo, así como los bloques de piedra en los cuales están fosilizados los huevos sorprendió a todos. El final de la visita fue la contemplación del primer huevo completo que se descubrió y detrás del cual llegarán muchos, a juzgar por el trabajo realizado durante estos años.

El remate de la excursión lo puso otro descubrimiento para muchos, la visita al casco urbano de Loarre. En primer lugar adentrándose en la iglesia en la cual era posible subir a su bello campanario gótico. Desde arriba aparte de poder ver de cerca la decoración de la parte alta de la torre se apreciaba todo el casco urbano y el castillo de Loarre en la ladera de la sierra. La plaza mayor, epicentro de la localidad ofrecía una bella estampa. Y un paseo por sus calles permitía apreciar una cuidada arquitectura civil que se acompañaba de detalles decorativos en macetas y fachadas que hacían más agradable el paseo al visitante. Llegamos hasta el pequeño puente medieval situado junto al lavadero donde se hacía un homenaje a las mujeres lavanderas. El pueblo ofrecía un conjunto que seguro se pierden la mayor parte de los visitantes del castillo y que debería ponerse en valor.

Un punto final a una excursión más de Joréate por Aragón. Y de nuevo se comprobó que hay que viajar más por nuestra tierra para descubrir pequeños rincones que suelen ser poco conocidos y que dan valor a una tierra tan rica en historia, naturaleza y cultura.