Hace unos días disfruté de una estancia muy agradable en un pequeño pueblo que quedó deshabitado hace años, y al que afortunadamente ha vuelto la vida. Se trata de Artaso y se accede por una pista en bastante buen estado que parte entre Caldearenas y Javierrelatre, en las inmediaciones del puerto de Monrepós. A pesar de que ya aparece documentado en el año 1066 su historia reciente ha sido bastante desafortunada. Después de albergar diez viviendas, en los años cincuenta fue comprado por Patrimonio Forestal del Estado para repoblar la zona con pinos. Poco después quedó despoblado. En los años ochenta llegaron nuevos pobladores, pero tuvieron que marchar por las presiones de los forestales, que según parece incluso destruyeron las casas que todavía estaban en pie. Desde hace cuatro años son varios los nuevos pobladores. Gente diferente, pero que da vida al lugar. Gente que ocupa una propiedad del Estado, el causante de su despoblamiento y que ha permitido la ruina debido a su dejadez. Gente que no obtiene beneficio alguno por vivir allí, a excepción del aprovechamiento de unas ruinas como vivienda, un derecho que nos otorga nuestra Constitución. Una situación irregular que afortunadamente no les impide seguir viviendo en el lugar por la permisividad de la administración, ignorando lo que en esta aldea ocurre, como lo llevan haciendo desde que la compraron hace seis décadas.
Para los amantes de nuestra tierra es esperanzador ver rebiscolar* un pueblo que quedó deshabitado. La vida humana vuelve, y con ella la recuperación de un núcleo, si bien es cierto con otra manera de vivir, pero muy respetable. Poco a poco las calles se van desbrozando, las casas dejan de ver caer sus piedras y se van recuperando, y los campos vuelven a cultivarse. Y el humo vuelve a salir de sus chimeneas. Y sólo por ello merece la pena que varias personas se aventuren a ocupar un pueblo que no es de su propiedad, pero que están recuperando sin pedir nada a cambio. Lo único que piden es que les dejen vivir allí, sin que su trabajo sea reconocido, pero también sin que les quieran cobrar por vivir allí. Algo que parece razonable si se valora el beneficio que están llevando a cabo en el patrimonio. Lo que realmente deberían hacer nuestras administraciones es preocuparse por el desarrollo rural en núcleos sin futuro aparente como éste, camino de la ruina. Y fomentar su poblamiento con gente que quiere voluntariamente vivir en ellos. Ejemplos similares ocurren en ayuntamientos que ofrecen vivienda gratuita y sin gastos a nuevos pobladores para mantener abiertas sus escuelas. ¿Por qué no hacer lo mismo con gente que se dedica a recuperar la vida y el patrimonio de pueblos en ruinas? Sin embargo los recelos por los ayuntamientos a los que pertenecen, quizás por motivos electorales, se convierten en hostiles con el único objetivo de erradicar una nueva luz de esperanza en pueblos ya casi desahuciados.
*Rebiscolar: Resurgir.
Al llegar al pueblo en aquella fría mañana de invierno enseguida recibí el calor de sus nuevos habitantes. En total había cinco personas, pero de manera esporádica residía alguno más, sobre todo en verano. En esta nueva etapa llevaban cuatro años residiendo allí, y enseguida pude comprobar las mejoras. Estuvimos hablando en la plaza del lugar. Un espacio empedrado, donde se alza un pozo de agua, las antiguas escuelas y muy cerca la iglesia, que todavía conserva los muros y la torre en pie. Tras la charradeta me enseñaron todo su trabajo a lo largo de este tiempo. En una pequeña casa cercana habían acondicionado dos habitaciones, en dos plantas diferentes, respetando al exterior la arquitectura tradicional y haciendo habitable su interior de una manera sencilla y acogedora. También habían construido una yurta, una cabaña circular recubierta de telas, que a pesar de su aspecto exterior, en su interior ofrecía un cálido aspecto con suelo de madera, una cama y mobiliario adaptado al espacio. Estaban construyendo una segunda.
Volvimos al centro de la plazoleta y pude comprobar el interior del edificio principal. Lo que antaño fue la escuela y la vivienda del maestro, ahora era el único edificio habitado del pueblo. En su planta baja tenían una amplia sala que hacía las veces de cocina, comedor y salón. Y en la parte alta dos salas, la biblioteca y un dormitorio comunal. Todo ello acondicionado en un edificio pendiente de mejoras, pero muy acogedor y que permitía a sus ocupantes una vida digna. En cuanto a los servicios elementales no carecían de ninguno de ellos. Tenían agua gracias a una acometida que habían realizado desde un barranco cercano, electricidad generada por placas solares y un pequeño aerogenerador e incluso internet. Y sus habitantes se adaptaban a las limitaciones propias de un lugar deshabitado durante décadas y cuyos servicios habían ido creando ellos sin ayuda alguna y con apenas recursos. Todo un ejemplo de adaptación al medio. En el pueblo contaban también con un pequeño furno* donde hacían el pan, un taller para guardar las herramientas que utilizaban para todo su trabajo, un pequeño invernadero para los planteros y varios huertos donde cultivaban todo lo que les podía ofrecer la tierra.
*Furno: Horno.Y las ganas de vivir allí quedaban de manifiesto por los proyectos que tenían en marcha. Un baño comunitario dotado de ducha, uno de las pocas cosas elementales de las que carecían (ya que sólo contaban con un pequeño retrete en medio del bosque), la mejora del edificio de la escuela o la recuperación de la casa más importante del pueblo, ahora en ruinas. Espero que la próxima vez que me pase por allí para visitar a mis amigos hayan avanzado en estos proyectos y que la vida siga irradiando la felicidad que me contagiaron sus habitantes en mi estancia en Artaso. Y también espero que la administración valore la importancia de su trabajo y de la presencia en este núcleo y en otros muchos de Aragón como una verdadera apuesta de futuro para el medio rural.