Mezalocha, una historia que no puede repetirse

En una fría mañana de invierno decidí darme un paseo por el embalse de Mezalocha, situado cerca de la población de Muel. Tras atravesar el pueblo del que toma su nombre, un camino desciende hasta la vega del río Huerva. Junto a un antiguo molino se toma un desvío que conduce hasta el mismo embalse. La historia de esta presa es bastante negra. Se trata de una de las más antiguas de Aragón ya que fue terminada en el año 1731. Era más rudimentaria que la actual, y fue levantada para asegurar los caudales del río en Zaragoza. El 20 de junio del año 1766 tuvo lugar la mayor catástrofe que se recuerda en la zona. Una güerbada, es decir, una crecida del río Huerva, produjo la rotura de la presa. Ello dio lugar a una avenida mucho mayor que arrasó el valle aguas abajo, y cuyos efectos llegaron incluso a la ciudad de Zaragoza. Todavía hoy queda un resto visible de aquella riada en la ermita de la Virgen de la Fuente de Muel. Situada cinco kilómetros aguas abajo, el agua alcanzó en este lugar la altura aproximada de 1,70, como así lo recuerda un placa de cerámica en el interior de la ermita. Se da la paradoja de que la ermita está construida sobre otra presa, en este caso romana. Sin embargo, dos mil años después este embalse está totalmente colmatado, es decir, cubierto de sedimentos, y sobre ellos ahora se asienta una rica huerta.

La actual presa de Mezalocha fue construida por el Sindicato de Riegos de Mezalocha en el año 1906. Tras más de un siglo de existencia en los últimos meses se está hablando de este embalse ya que no cuenta con un plan de seguridad como exige la legislación. El sindicato no se puede hacer cargo su coste debido a la reducción del número de regantes debido al crecimiento demográfico de los pueblos situados aguas abajo. Por ello se está intentando que la administración asuma la elaboración del plan de seguridad. Precisamente la asociación Huerva Vivo está trabajando para que se resuelva este problema buscando el apoyo de los ayuntamientos afectados. Pero mientras tanto el embalse está lleno, caramullau*. Esperemos que nuestras instituciones tomen las medidas oportunas porque la historia no puede repetirse.

*Caramullau:  Rebosante.

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Dejando de lado la triste historia que acompaña a este lugar, pude disfrutar de una bonita excursión recorriendo el sendero que arranca junto a la presa y que conduce al mirador del Hocino. La senda discurre bajo los farallones rocosos que forman la Peña de Moro. Poco a poco se gana altura y las vistas del embalse son más amplias. En los alrededores se flanquea por campos de cultivo y también por cerros menos pronunciados.

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Tras una media hora se alcanza un agreste barranco que desemboca en el embalse. Se denomina hocino a una pequeña hoz, un barranco sinuoso excavado por la erosión. Aunque se trata de un barranco seco, su tramo final está anegado por las aguas del pantano. Un precioso lugar apto para dar un pequeño paseo. El único inconveniente es una senda a veces confusa y algún tramo con piedra suelta, que se soluciona con un poco de precaución.

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Ya de vuelta la lluvia me impidió dar un paseo por Mezalocha. Sin embargo sí que puede hacer un ature* en Muel. Allí me pasé por la ermita y vi la famosa placa en la que marca el renglón hasta donde llegó el agua de la riada. Es impresionante imaginar todo aquello cubierto por el agua que blincó por encima de la presa romana sobre el actual parque. Finalmente entré en una de las tiendas la localidad, donde compré unas sabrosas roscas, las rosquillas de San Blas, que estaban hechas en la panadería de Mezalocha. Con buen sabor de boca terminé mi excursión matinal a esta localidad, que bien merece una visita.

*Ature: Parada.

El precioso letargo invernal del Moncayo

El otro día me apetecía tocar algo de nieve, y pensé en el Moncayo. Esa montaña tan emblemática para los aragoneses, y que es visible desde lugares tan lejanos. Cuando imaginamos un paisaje nevado siempre pensamos en los Pirineos. Bueno pues aquí esta Chorche para acercaros a otros rincones tan bellos e incluso más cercanos. El Sistema Ibérico, esta cordillera montañosa que marca los límites occidentales aragoneses, alcanza su tuca* en el Moncayo, con sus 2.314 metros de altura. En invierno siempre tiene nieve en su parte alta, y dependiendo de la climatología podemos alcanzarla fácilmente. La carretera que asciende desde Agramonte hasta el Santuario de la Virgen del Moncayo sirve de acceso atravesando un precioso bosque de hayas y pinos. Los últimos kilómetros de la pista son de tierra, y poco antes de llegar al santuario se recomienda hacer el trazado a pie. A 1.610 metros de altitud se emplaza el edificio del santuario, con excelentes vistas de las comarcas de Tarazona y el Moncayo y de Borja, que se completa con un amplísimo horizonte que dependiendo del día puede alcanzar a los Pirineos. Un lugar ideal para visitar en cualquier época del año.

*Tuca: Cumbre.

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Yo decidí acudir en invierno para contemplar el paisaje nevado, y no llegué al santuario con mi vehículo ya que la nieve complicaba el ascenso. Las boiras* que arropaban la gran montaña no dejaban ver la cumbre, e incluso me regalaron un pequeña sorpresa. Copos de nieve tiñeron el cielo azul, cayendo de nubes lejanas gracias a la ligera brisa. Pude así disfrutar de un paisaje más invernal. A pesar del letargo invernal la vegetación del Parque Natural del Moncayo ofrece estampas bien bonitas.

*Boiras: Nubes.

Rosales silvestres desprovistos de hojas pero cargados de escaramujos, sus frutos de color rojo anaranjado.

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Viejos troncos de hayas rodeados de acebos de brillantes hojas verdes y bayas de color rojo.

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Y preciosos suelos tapizados de brezo y cubiertos de nieve.

Conoce más sobre esta zona de la mano del dragón Chorche

Somontano del Moncayo, a los pies de la mítica montaña

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