El lugar elegido para la 6º Excursión de Joréate por Aragón fue Mequinenza. Muy conocido por sus enormes siluros, pero que ofrecía muchas más cosas que el dragón Chorche nos iba a descubrir en este fin de semana.
El punto de encuentro fue el albergue » Camí de Sirga» de Mequinenza. Allí acudieron todos y tras llevar las mochilas al moderno y bien equipado albergue comenzamos la visita a los museos de Mequinenza. El primero de ellos estaba situado en los bajos del edificio. Lo primero era ubicarse con una maqueta del pueblo viejo, cuyo único edificio en pie eran las escuelas, donde ahora estábamos. En el Museo de Historia nos contaron la historia de este pueblo, que llegó a acoger a más de 4.000 almas debido a llegada de trabajadores a las minas y a la construcción de la presa de Mequinenza. Sin embargo la construcción de la presa de Ribarroja obligó al desplazamiento del pueblo. Las aguas anegarían la parte baja del casco urbano, donde se alojaba la zona comercial de la villa, los muelles y un gran número de viviendas. Fueron vendidas a ENHER una a una y acto seguido fueron dinamitándose. Incluso la iglesia fue derruida. Sus vecinos se trasladaron al pueblo nuevo, situado en la desembocadura del río Segre. A través de un audiovisual y de varias salas se completaba la visión durante la historia de esta localidad.
Se completaba con un pequeño espacio donde se mostraba las obras pictóricas de Jesús Moncada que pone de manifiesto el vacío dejado en sus habitantes por el abandono de su pueblo. Precisamente este autor escribió el libro «Camí de sirga», un libro de gran difusión que cuenta la historia de los últimos años del pueblo viejo.
El resto de la mañana lo dedicamos a la visita del Museo de la Mina, situado a escasa distancia. En su interior recorrimos poco más de un kilómetro de galerías bajo la sierra donde se alza el flamante castillo de Mequinenza. Un recorrido por la historia de las minas de la zona, que llegaron a extraer el 30% de la producción nacional. En varios de los puntos se mostraban la evolución en los procesos de extracción del lignito, mostrando la dureza del trabajo realizado por los mineros, y que constituyó el medio de subsistencia de buena parte de la comarca.
Ya de nuevo a la luz del día nos fuimos al albergue donde comimos. Una buena sobremesa y una siesta para los más cansados, mientras los más inquietos no dudaron en seguir indagando en la historia de Mequinenza. Los restos del pueblo viejo estaban situados a escasa distancia. Un paseo entre las ruinas, por las calles recuperadas trasladaba tristeza. Carteles indicaban el nombre de las calles más importantes, flanqueados por el arranque de los muros de las casas inexistentes. También la plaza de Armas, de la que quedaban sus farolas como único testigo.
Y lo que quedaba de la iglesia, la cual sucumbió a la piqueta por la decisión del clero que también quería una compensación económica por su derribo. Y en cuatro años un pueblo con siglos de historia desapareció.
También quedó tiempo para ver otro espacio museístico, éste al aire libre, situado tras el albergue. Mostraba el paseo prehistórico de los habitantes de la zona, con la reproducción de algunas construcciones de diferentes épocas, así como de animales que entonces habitaron con los humanos.
Por la tarde nos trasladamos a conocer el pueblo nuevo de Mequinenza, donde ahora viven unas 2.500 personas. Un pueblo vivo y activo, bien dotado de equipamientos, y que se extiende en paralelo al muelle situado junto al río Segre, poco antes de desembocar en el Ebro. Las aguas inundadas de ambos convierten todo este espacio en una gran lámina de agua utilizada por deportistas y pescadores principalmente.
Lo primero fue visitar al castillo, una muestra del poder de Endesa, responsable de la destrucción del pueblo viejo, y que apenas ha hecho nada por mitigar el daño moral causado en la localidad, ni tiene intención de hacerlo. El imponente castillo, monumento histórico, es de su propiedad y sólo es posible visitarlo los martes. De devolverlo o cederlo nada de nada. Subimos por una pista sin apenas señalización que nos hizo tomar otro itinerario entre campos de cultivo que nos proporcionó una de las mejores estampas de Mequinenza.
Ya en las inmediaciones tuvimos que sortear las amenazantes señales de prohibido el paso y propiedad particular para acercarnos al precipicio y poder disfrutar de las vistas desde el punto elevado, junto a uno de los lienzos del recinto fortificado y un torreón.
Bajamos al pueblo y fuimos hasta la plaza principal, con el ayuntament al frente. Sin embargo la lluvia nos obligó a guarecernos en uno de los bares de la plaza, donde nos deleitamos con un helado mientras veíamos como descargaba la tormenta. Una vez paró, como los caracoles, salimos a dar un paseo por el pueblo. Nos acercamos hasta el paseo fluvial donde la luz tamizada entre las nubes y la humedad nos ofrecía un marco perfecto para hacer bonitas fotos.
Continuamos la visita y subimos a la moderna iglesia, nada que ver con la antigua situada en el pueblo viejo. Un par de vecinos encargados de su mantenimiento nos explicaron con todo detalle las piezas que se habían restaurado y que mostraban orgullosos, pero también nos contaron que todos los retablos y piezas estaban desmontados en un almacén todavía esperando, cuarenta años después de su traslado. Cuántas situaciones incomprensibles alrededor de un pueblo.
De camino al albergue tuvimos una visión fugaz, tres corzos en la margen derecha del río Ebro correteaban sin miedo. Era la hora del corzo, las 20:18 horas exactamente, como bien nos aclaró el experto naturalista que nos acompañaba en esta excursión. Poco a poco llegaba la clucada* y las nubes permitieron el paso de los últimos rayos solares ofreciendo imágenes bien bonitas del maravilloso entorno del albergue que fueron captadas por los excursionistas.
*Clucada: Atardecer.
Tras el descanso y la cena llegó el momento de llevar a cabo las votaciones del concurso fotográfico, este año con dos categorías: una general a la mejor fotografía y otra al mejor selfie. Al estilo de Eurovisión se procedió al visionado acompañado de palomitas, tortas de Villanueva y palmeras de Massiel. Y después llegaron las votaciones y los sumatorios, y ahí va el resultado….
Primer premio (Alodia)
Segundo premio (Juan)
Tercer premio (Irene)
Y el dragón decidió otorgar el accésit la foto 27 de Jesús, por su insistencia.
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Mequinenza y Fraga, lugar de encuentro del Segre, el Cinca y el Ebro
A la mañana siguiente amaneció un día resplandeciente, soleado y con una ligera y fresca brisa. Tras desayunar y recoger todo el albergue a las diez de la mañana ya estábamos preparados para continuar la marcha. Nos despedimos de las responsables de los museos y del albergue que nos habían atendido estupendamente. Se añadieron más personas hasta completar las 21 personas, y tomamos dirección a Fayón. Atravesando campos de frutales llegamos a esta localidad y nos dirigimos a la ermita del Pilar. Una parada obligatoria para deleitarnos con unas impresionantes vistas. Junto a la ermita, un mirador perfectamente acondicionado permitía una amplia visión embalse de Ribarroja, con las aguas del río Ebro entre sierras, y la desembocadura del río Matarraña también embalsadas. El elemento más singular era la torre del antiguo pueblo de Fayón como único testigo, junto con las ruinas del castillo.
Con el coche bajamos y nos desplazamos al embarcadero de la Reixada donde el dragón Chorche nos había preparado un crucero por el embalse. Allí nos esperaban el guía, Aitor, y el capitán de la embarcación, Teddy. Todos teníamos muchas ganas de comenzar la visita y ya en el llaut comenzamos a navegar plácidamente, mientras la brisa y alguna gota de agua que salpicaba amortiguaban el sol que estaba cayendo. Pero íbamos bien provistos de gorras y de crema solar. La primera parada la hicimos en la boca del antiguo túnel ferroviario, cuya línea procedente de Zaragoza atravesaba la montaña y salía a los pies de Fayón. Los buitres no perdieron detalle de nuestra presencia, mientras el guía nos contaba los avatares de este punto de la línea afectada por los derrumbes y las guerras que dejaron inservible el puente sobre el río Matarraña.
Continuamos navegando hasta alcanzar la desembocadura. Precisamente en este punto se juntan los límites de las provincias de Lérida, Tarragona y Zaragoza. Sin pasar a tierras catalanas seguimos navegando junto a la margen aragonesa sobrepasando el antiguo cementerio, ahora convertido en lugar de memoria de los antepasados fayonenses tras el traslado de los restos. También junto a las viviendas de los ferroviarios, el único resto de una de las estaciones más importantes de la línea, todo ello ahora anegado. En este punto se procedía a la carga del carbón de toda la comarca que se traía en llauts por el río.
Pero todavía restaba llegar a la torre de Fayón. Allí Aitor nos contó con todo detalle el cruel final del antiguo pueblo de Fayón, una localidad floreciente gracias al tráfico fluvial y al paso del ferrocarril durante el siglo XX. De nuevo los intereses de la empresa hidroeléctrica ENHER obligaron a desalojar el pueblo que quedaría anegado por las aguas del pantano de Ribarroja sin compasión alguna. Ante la negativa de los vecinos se procedió al llenado del embalse obligando a sacar los enseres mientras el agua ascendía y cubría las calles. Fue incluso imposible sacar el patrimonio artístico de la iglesia, que se decía muy rico. Apenas unas pocas figuras fueron sacadas por el óculo de la fachada principal. Uno de los jóvenes que participaron en esta hazaña era el abuelo de Aitor, nuestro guía. Mientras rodeábamos la torre, mucho más grande de lo que parecía de lejos, el silencio acompañó el dramático relato. Muchos más fueron las agravantes, el no poder llevarse todos los enseres personales, el tener que vivir en barracones en el pueblo nuevo ya que las casas no estaban todavía construidas tras la inundación fortuita y provocada, el desplazamiento de muchos vecinos a otros lugares de España ya que resultaba más rentable que comprar una casa en el pueblo nuevo, la destrucción de los edificios que quedaban fuera de las aguas coincidiendo con la celebración de una romería y para rematar, ser el último pueblo al que ha llegado el regadío por elevación de las aguas del Ebro, mermando las posibilidades de desarrollo de la localidad. Quizás lo que más impactó al dragón fue imaginar el hecho de que desde la ermita del Pilar, años después los vecinos vieran una sombra en forma de cruz en las inmediaciones de iglesia, que fue fotografiada, y que según dicen correspondía al Cristo de madera que debió emerger y que fue visto sólo un momento antes de volver a sumergirse en el fondo del pantano.
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Bajo Matarraña, el lugar más bajo de Aragón
Llegamos al embarcadero y después de pasar un rato en los malecones haciéndonos fotos nos fuimos de nuevo al pueblo viejo de Mequinenza.
Comimos en el restaurante situado junto al albergue. Tras la sobremesa nos encaminamos al punto final de la excursión. Una pista asfaltada que partía entre Torrente de Cinca y Fraga nos elevó hasta la ermita de San Salvador. Junto al edificio que fue también monasterio pudimos disfrutar de otro mirador de primer orden. La claridad del día gracias al aire permitía apreciar con toda nitidez los detalles del valle del Cinca, con Fraga en medio del vergel. Y a lo lejos también pudimos apreciar las cumbres prepirenaicas y pirenaicas: el Congost de Mont-Rebei, Peña Montañesa, el Turbón y las Tres Sorores. Un buen colofón a esta sexta excursión de Joréate por Aragón, que iba recorriendo esos rincones desconocidos para muchos de nuestra geografía aragonesa, haciendo compartir momentos inolvidables para todos aquellos que los vivían.
Y ya está abierta la inscripción para la siguiente, la seisena* excursión en otoño a un lugar de la provincia de Teruel. ¿Te apuntas?
*Seisena: Séptima.